Había una vez un niño, de unos 7 u 8 años, quién disfrutaba mucho de nadar... siempre sentía gran emoción, al llegar a alguna casa o alguna fiesta, o cualquier lugar que tuviese una alberca. La emoción que sentía era tal, que sin control bajaba del auto, y comenzaba a desvestirse y aventar las prendas de ropa por todos lados, hasta quedar únicamente con el short para nadar... sin medir riesgos, saltaba y se dejaba caer en el agua.
Sus padres normalmente se preocupan por esta actitud, y trababan a toda costa de hacerle entrar en razón, hablaban con él, le explicaban los riesgos, incluso lo amenazaban con no dejarlo nadar si volvía a actuar de esa forma. Sin embargo nada funcionaba.
Cierto día, el pequeño, acudió a casa de sus abuelos, la casa tenía una gran alberca, con un tobogán inmenso. ese día, el pequeño como de costumbre, bajó del auto corriendo y comenzó a desvestirse en el camino a la alberca. Sus padres resignados, solo observaban, ya sin guardar ninguna esperanza de cambio en él.
El pequeño llegó a la orilla de la alberca, dió un salto y entró al agua, desgraciadamente, ese día, había ocurrido algo, por alguna razón había astillas de un frasco de vidrio roto en la piscina, y el pequeño pisó una de esas astillas. la herida fue profunda, la sintió como una mordida o un piquete, y comenzó a ver sangre alrededor... asustado comenzó a gritar y pedir ayuda, su padre corrió al agua y lo sacó... mientras lo llevaba a la casa, el pequeño veía la sangre correr por su pierna.
Cerrar la herida requirió
la intervención de un médico y 5 puntadas en la planta de pie, caminar fue doloroso por un tiempo, pero bueno, los niños se recuperan rápido. No obstante, antes de saltar a alguna alberca, el pequeño aprendió que debe ser precavido y analizar la situación.