Ahora ya no se muere por amor, se agoniza por celos y juegos enfermizos que la gente confunde con amor. Se muere por guerras, por hambre, por pestes, pero ya nunca más por amor. Se muere por enfermedades, por accidentes, por descuidos, pero ya nunca más por amor. Lo lamentable es que si nunca amas, nunca vives, porque cuando amas se pierde el miedo de morir y se vive en plenitud, porque cada minuto es una agonía, un desgarre del cuerpo. Si amas, mueres, porque dejas de ser sólo tú, las almas se complementan y sientes el sufrimiento del otro, el dolor se comparte. Pero ese amor ya no se conoce, ahora se conforman con ser dos en una cama para uno, donde no entran, no caben las pesadas almas llenas de desdén y hastío. Y no se juntan y conviven, más que para copular, se quedan en los extremos de la cama y tratan de no rozar ni el aura del extraño que duerme a su lado. Pero los hay peores, aquellos que con gran cinismo tienen cama para dos, señalando su individualidad, donde ni se finge el amor, no hay necesidad de enmascarar que sólo existe amor egoísta, del orgulloso, del nocivo. Y no quiero hablar de las camas separadas, ahí no se finge ni se oculta, ahí el amor no es partícipe, no les toca el rostro y les besa tiernamente la frente, sino que los abandona y los desconoce. Las grandes historias de amor ahora parecen inventos, parecen ser de una era completamente distinta –y distante-, los Romeos no mueren por amor, mueren por odio y sinrazones, y las Julietas no agonizan por el amante muerto, ellas mueren por la simple vanidad de morir. Y juran no olvidarlos, pero no por amor eterno, sino para recordarles lo infelices que las hicieron en vida, para restregarles los errores en los huesos. ¡Grandes mitos hay del amor! Pero lo certero es que si no se muere de amor, no vale la pena haber vivido.
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